El Palmeral de Orihuela es, junto al de Elche, el único bosque europeo de palmeras que puede considerarse autóctono desde un punto de vista histórico.
Su origen musulmán y su ubicación entre la ciudad y la sierra de Orihuela ha favorecido, históricamente, la existencia de un considerable valor económico puesto de manifiesto a través de sus diferentes aprovechamientos agrícolas y artesanales. El palmeral de San Antón ha mantenido, tradicionalmente, espacios de huerta donde se cultivaban especies como el algodón, el cáñamo, la alfalfa o algunas hortalizas, junto a otras especies de frutales tales como la morera o el olivo. Además, el cultivo y explotación de la palmera datilera, para el consumo del dátil, permitió el desarrollo de una pequeña industria artesanal paralela centrada en la manufactura de objetos de cestería, escobas, la explotación del palmito y la palma blanca. Desde un punto de vista ornamental, también mantiene un importante valor económico. Según un estudio realizado por técnico de la Universidad Miguel Hernández el valor ornamental del palmeral, según el Método de Valoración de Árboles y Arbustos Ornamentales, conocido como Normas Granada asciende a 34.043.302 €.
Por otra parte, el Palmeral presenta un importante valor etnológico al servir de base al establecimiento de una forma de vida ancestral centrada en la palmera y sus diferentes usos. Sin olvidar su alto valor histórico y arqueológico mantenido a lo largo de siglos y cuyo máximo exponente es la necrópolis de San Antón, en la que los restos funerarios se estiman en más de 800 enterramientos.
No obstante, es su interés natural el que presenta una mayor relevancia. Situado en un entorno físico de elevada singularidad, sobre el llano aluvial y entre el monte de San Miguel y la sierra de Orihuela, el palmeral presenta un elevado valor paisajístico por su contraste con los marcados relieves de la sierra, paisaje único en el continente.
Bajo una perspectiva ecológica, su situación también ha favorecido el desarrollo de una interesante comunidad de fauna y flora que aprovecha la diversidad de recursos que le ofrece las zonas de contacto con otros ambientes como las laderas de la sierra y los sistemas agrícolas circundantes. En este sentido, el palmeral representa un ecosistema de gran importancia natural comparable, a pequeña escala, a la que puede albergar la dehesa, dado que se trata de un ecosistema naturalizado donde los usos tradicionales y sostenibles, mantenidos durante generaciones, hacen compatible su aprovechamiento con un elevado valor ecológico. Así, en el entorno del palmeral se encuentran algunas especies endémicas de nuestro territorio como el rabo de gato (Sideritis glauca), o la Centaurea saxicola, junto a algunos iberoafricanismos de notable importancia como el cornical (Periploca laevigata) y la Whitania frutescens.
Otro elemento ecológico de interés es la existencia de una estructura vertical compleja, que permite el desarrollo de un estrato herbáceo ocupado por las especies cultivadas y nitrófilas silvestres, por encima del cual aparece un segundo nivel arbóreo de cultivos como el olivo o los cítricos, y sobre el que se establece, rematando el dosel, un tercer estrato ocupado por las datileras. Se trata de un singular aprovechamiento cultural de extraordinario valor paisajístico que, además, acoge una considerable comunidad de fauna.
La palmera datilera
Origen e Historia.
Aunque la localización de su lugar de origen no es del todo conocida, un buen número de autores apuntan la posibilidad del golfo Pérsico, la península Arábiga y determinadas zonas del desierto saharaui como probables centros de origen (Galiana y Agulló, 1983; Zeven y De Wet, 1993). Hoy se sabe que hace más de 6000 años era ya cultivo de suma importancia para el pueblo egipcio, y también para babilonios y asirios (Font Quer, 1999).
En la península Ibérica la palmera datilera está presente, al menos, desde el siglo V antes de Cristo. Según Rivera et al.,. (1997), pudieron ser colonos procedentes del Mediterráneo Oriental los primeros en introducir la especie por tierras levantinas, atendiendo a las figuras de palmas y palmeras representadas en las piezas de cerámica de la época. Sin embargo, no se descarta la posibilidad de la presencia anterior de formas silvestres. En cualquier caso, romanos y árabes conocían la especie y su cultivo que, perfeccionado por estos últimos, se ha mantenido constante desde entonces, sobre todo, en las regiones de Murcia, Alicante y en ciertos enclaves de Andalucía.Se trata de una especie con una intensa simbología debido a sus singulares características morfológicas y fisiológicas. Emblema clásico de la fecundidad y la victoria, para Jung es también símbolo de ánima (Cirlot, 1997). Mientras que para hebreos y griegos Phoenix representaba el triunfo, era símbolo de fertilidad para los egipcios y árbol de la vida para los caldeos. Según los persas, la palmera simbolizaba la tierra celeste.
Las alusiones históricas y legendarias son muy abundantes en los pueblos que habitaban las costas orientales del Mediterráneo. Fue cultivada desde el Éufrates hasta el Nilo. Herodoto menciona en alguno de sus escritos las palmeras de Babilonia. En los monumentos asirios y egipcios abundan las representaciones de las palmeras y sus frutos. Aparece en las monedas de Cartago y en las iconografías mozárabes y románicas alusivas a temas bíblicos (Cirlot, 1997). Fue bendecida por Jesucristo y Mahoma dijo de ella: “El hombre debe ser recto, justo y generoso como la palmera” (citado por Galiana y Agulló, 1983).
Usos y Aprovechamiento.
La palmera ha sido siembre codiciada por sus frutos, algunas variedades producen hasta 150 Kg. de dátiles por año (Romo, 1997). El dátil maduro ha representado un complemento, incluso la base de la dieta de un gran número de pueblos de la cuenca mediterránea, y todavía lo es en determinadas culturas como la árabe. El fruto maduro de forma natural o artificialmente (adobado: proceso de maduración artificial mediante la impregnación con ácido acético, generalmente, vinagre) es consumido en fresco. No obstante, existen muchísimas variedades de cultivo, que permiten su aprovechamiento como fruta seca, cocidos, en mermeladas, pasteles, etc. En el Sahara y en otros países de África, se preparan tortas de dátiles, prensados adecuadamente y destinados sobre todo a la alimentación de las caravanas (Font Quer, 1999).
Maduros y mezclados con leche son consumidos como emoliente para suavizar las vías respiratorias, efecto que deben a su gran cantidad de sustancias mucilaginosas ( López, 2001).A partir de los dátiles maduros de mala calidad, denominados vulgarmente roña, se obtiene alcohol de una altísima graduación.
La savia de la palmera es dulce y los árabes, que la consumen en fresco, la denominan lagmi. El licor de palma o arrack, elaborado a partir de la savia fermentada y clarificada, es otra bebida alcohólica excelente. En el norte de África, se atribuyen a los dátiles propiedades estimulantes y afrodisíacas. Asimismo, las semillas se emplean tostadas como sucedáneo del café (Stübing y Peris, 1998; López, 2001).
La palma blanca es, sin duda, el principal uso que recibe la hoja de la palmera en el Levante español. La hoja de palmera ha sido siempre símbolo de triunfo, y con ella se recibe a los vencedores. Asociada con esta tradición son exhibidas en la liturgia por los feligreses el Domingo de Ramos. Para su formación se procede cubriendo las hojas con plástico opaco, proceso denominado “encapuruchado”, que impide a la luz solar incidir sobre ellas. El resultado son hojas cloróticas, sin clorofilas, que una vez cortadas son trenzadas en complicadas formas.Los troncos de las palmeras adultas han sido, tradicionalmente, usados como pilares o vigas en las construcciones típicas de huerta. En la antigüedad se usaban las hojas y troncos para techar las viviendas de las clases pobres, en Egipto y sobre todo en Mesopotámica, donde había muy pocos árboles.
El palmito, la parte central del cogollo de la palmera, es otro producto típico de consumo del Sureste, principalmente, en Orihuela y la comarca del Bajo Segura. Las fibras de las hojas y de la corteza se utilizan, todavía hoy entre los pueblo árabes, para hacer sogas canastos y esteras; mezcladas con pelo de camello, sirven para confeccionar tejidos con los que se construyen tiendas para acampar (López, 2001).Una práctica cada vez más en desuso es la confección de escobas a partir de las hojas cortadas y secas de la palmera. En la época de mayor auge ésta actividad podía incluso cubrir los gastos de mano de obra generados en la propia poda. Albatera y Catral han sido los pueblos de la provincia de Alicante con una mayor tradición en la fabricación de escobas.
Por su forma evocadora y singular la palmera también ha sido empleada como especie ornamental, resultando en la actualidad una de las especies arbóreas de mayor interés económico y demanda internacional.
Distribución.
El género Phoenix, con algo más de una docena de especies, se encuentra distribuido en los trópicos y en los subtrópicos africanos y del sur de Asia; desde las Canarias y Cabo Verde hasta el Sudeste asiático.
Phoenix dactylifera es una especie propia de la cuenca mediterránea que, en la península Ibérica, presenta una distribución siempre próxima al arco mediterráneo, estando presente, bien de forma cultivada o asilvestrada, desde el extremo sur de la Comunidad Catalana hasta la costa meridional portuguesa. No obstante, es en las Comunidades de Murcia y Valencia donde su población alcanza mayores densidades, principalmente en la provincia de Alicante. Asimismo están presentes en el archipiélago Balear y CanarioEn el resto de los países europeos, las bajas temperaturas afectan notablemente a la fenología de su floración, impidiendo un adecuado desarrollo floral y, en consecuencia, una escasa o nula fructificación. Su utilización en estos países responde, exclusivamente, a su carácter ornamental.
Alicante, como se ha comentado, es la mejor exponente del cultivo y explotación de la especie, con 132.300 ejemplares de un total de 146.500 para toda la Comunidad (Ballester-Olmos, 1995). Sin duda, las ciudades de Elche y Orihuela son los centros de distribución más importantes, donde se ubican los más extensos e importantes palmerales, no sólo de la península Ibérica, sino de toda Europa. Junto a éstos dos núcleos de implantación, aparecen otros de menor relevancia como son los de Albatera, Crevillente, Redován, Callosa de Segura, Cox, Granja de Rocamora, Santa Pola, San Fulgencio, Catral e incluso la propia ciudad de Alicante. También aparecen ejemplares aislados en otros pueblos y ciudades de la provincia: Guardamar, Almoradí, Benidorm, Calpe, Rojales, Muchamiel y Denia.
Descripción.
Las Palmáceas, familia a la que pertenece la especie, es probablemente la más antigua del orden Palmales. Se trata de una especie de tronco o estípite comparativamente delgado, de 40 a 60 cm de diámetro, en proporción a su potencial altura, hasta 30 metros. En él se encuentran las bases de las hojas podadas o tabalas. Imbricados en las tabalas aparecen los seasos, especie de mantillo semejante a la tela de saco. En los ejemplares adultos, tanto el seaso como la tabala se desprenden con facilidad, quedando entonces el tronco liso y desnudo con cicatrices.
La morfología del sistema radicular en la datilera queda constituido por un conjunto de raíces de naturaleza fibrosa y bastante profunda, que crecen adventiciamente al tallo (Galiana y Agulló, 1983).
Sus hojas o frondas, entre 25 y 40, son rígidas y poco arqueadas, pinnadas, compuestas y partidas, pudiendo llegar hasta los 4 metros de longitud (Kremer, 1986), estando fisiológicamente activas entre tres y siete años. En ellas, los segmentos foliares, en número aproximado de 100, son punzantes, transformándose es espinas a medida que nos acercamos a la base.
Sus pequeñas flores presentan dos envolturas de 3 piezas o tépalos; las masculinas contienen 6 estambres de filamentos cortos y finos y las femeninas 3 hojas con carpelos libres, de la que sólo se desarrolla una para formar el fruto (Font Quer, 1999; López, 2001). El fruto es una drupa agrupada en racimos.
Biología.
Hábitat. Phoenix dactylifera se adapta bien a los terrenos algo húmedos e incluso relativamente salinos, aunque su hábitat natural es de clima seco y cálido. Se trata de la especie frutal que mayores diferencias climatológicas tolera, si bien es la más exigente para un adecuado desarrollo y fructificación. La temperatura es el elemento más relevante del clima en su desarrollo, siendo el factor limitante de su área de cultivo. Temperaturas mínimas en invierno inferiores a los –10 ºC hacen imposible el cultivo, mientras que son necesarias medias de 17 ºC de mayo a octubre para un adecuado desarrollo (Galiana y Agulló, 1983).
Fenología. Las palmeras datileras son alógamas y dioicas, es decir, se reproducen sexualmente por fecundación cruzada de las flores masculinas y femeninas que se encuentran en ejemplares distintos. De ahí la existencia de palmeras machos para la producción de polen y hembras para la producción de frutos. No se han podido determinar diferencias aparentes entre sexos, por lo que su identificación resulta en extremo difícil hasta el momento de su reproducción, entre los 6 y 12 años de edad. No obstante, recientemente, se ha conseguido un método de laboratorio capaz de identificar el sexo cuando la palmera tiene entre 3 y 5 hojas, a partir de diferencias en los perfiles electroforéticos de extracto de hojas (Ballester-Olmos, 1995).
Su ciclo biológico, que no presenta un verdadero paro vegetativo en ninguna época del año, tiene su máxima expresión en la fase reproductiva. En primavera aparecen los estamentos florales masculinos o espatas, que una vez desarrollados dispersan el polen por acción del viento. Algunos de estos diminutos granos terminan posándose en el estigma de las flores femeninas, donde tiene lugar la fecundación. En otoño, los frutos maduros, si no son recolectados, caen al suelo. Sus semillas, de una altísima viabilidad, germinan a la primavera siguiente dando lugar a un nuevo individuo. El periodo de fructificación, desde la floración hasta la maduración, oscila entre los 200 y 300 días, dependiendo de la variedad. Además, esta puede ser abundante hasta los 60 e incluso 80 años de edad (Ruiz de la Torre, 2001).
En realidad, éste proceso natural de fecundación, sólo acontece entre las palmeras silvestres, las palmeras cultivadas son fecundadas artificialmente por el hombre, sustituyendo la acción del los principales agentes dispersantes: el viento y los insectos. A éste proceso de fecundación artificial se le denomina macheo.
Relaciones Ecológicas. Tradicionalmente consideradas como plagas, existen numerosas especies de animales que utilizan algún elemento de la palmera como recurso. Desde un punto de vista ecológico, estas especies huésped, si bien no reportan ningún beneficio para el hospedador, tampoco representan un perjuicio desmesurado para su supervivencia.
Para mamíferos y aves, los frutos de la palmera representan un nutritivo recurso trófico a su disposición en los difíciles meses del otoño e invierno. Pero también parece interesarles sus cualidades como lugar de reposo y dormidero, sin olvidar que algunas especies, entre las que se pueden citar los pitos reales (Picus viridis), las carracas (Coracias garrulus), el mochuelo (Athene noctua) y la cotorra argentina (Myiopsitta monachus) a menudo emplazan sus nidos en viejos ejemplares muertos o en mal estado.
Entre los mamíferos que con mayor frecuencia encontramos asociados a palmerales, aunque su selección de hábitats presente un mayor espectro, tenemos al grupo de los roedores. La rata negra (Rattus rattus) y la rata común (Rattus norvegicus), de hábitos crepusculares e íntimamente relacionadas con los ambientes antropizados, exploran con frecuencia las palmeras que crecen en parques, jardines privados o zonas de huerta. Excelentes trepadoras, ascienden con facilidad por troncos y hojas hasta alcanzar los frutos maduros que devoran parcialmente. Tampoco desdeñan algunos invertebrados, e incluso pequeñas aves que la oscuridad de la noche les permite capturar, mientras duermen refugiados al abrigo de las hojas.
Otra especie de roedor importante en la ecología de las palmeras es la rata de agua (Arvicola sapidus). Se trata de una especie herbívora que acostumbra a consumir las raíces y tallos de las plantas que se alimenta. En consecuencia, el daño que su actividad causa a las palmeras es menor que el de las especies anteriores.
Otros mamíferos como el zorro o el jabalí presentan gran avidez por los frutos caídos, con lo que contribuyen a dispersar sus semillas. También la jineta asciende a las palmeras a la caza de aves y pequeños mamíferos.Un pájaro íntimamente asociado a las palmeras es el gorrión común (Passer domesticus), dado que en ellas encuentra refugio y alimentos. Al atardecer, las datileras bullen cuando cientos de éstas aves se enzarzan en continuas disputas por la posesión de éste o aquel lugar para pasar la noche.
Sin embargo, es sin duda el grupo de los insectos el que mayor número de representantes mantiene asociados a la biología de las palmeras. Así pues en los órdenes Ortóptera, Hemíptera, Lepidóptera, Coleóptera, Himenóptera y Díptera, existen especies relacionadas con la palmera datilera, en alguna de las fases de su ciclo biológico.
Cultivo. A los árabes se debe la expansión del cultivo durante el medievo, tanto con fines económicos como ornamentales, por toda la Europa meridional (Ballester-Olmos, 1995)
En el ámbito nacional, la mayor superficie dedicada al cultivo de la especie está localizada en la provincia de Alicante y, en particular, en las ciudades de Elche, Orihuela y Albatera. En la península Ibérica, del total de hectáreas dedicadas al cultivo, se estima que aproximadamente el 95 % se encuentran en dicha provincia.En cuanto al cultivo en el mundo, se calcula en 80 millones de ejemplares, localizados, mayoritariamente, en los continentes asiático y africano, siendo Irak, Irán, Pakistán, Egipto, Arabia Saudita y Argelia, los principales países productores. También se cultiva en algunas regiones de los continentes americano, europeo y australiano.
Entre las labores de cultivo más importantes destacan la poda, que se realiza, preferentemente, en julio y que consiste en la eliminación de las hojas muertas o moribundas; el aclareo de frutos, realizado en las mismas fechas y junto con el apuntalamiento de racimos; el abonado, sólo en aquellos casos en que la producción no sea la esperada, y por último el riego, que con carácter general y en ausencia de lluvias se debe realizar cada 15 – 20 días en verano y cada 30 ó 40 días en invierno. Es importante no regar en la floración ni en la recolección para evitar la caída de frutos.