EL RÍO SEGURA

La dominación.
 El Alebo de los cartagineses, el Staber de los griegos, el Thader de los romanos o el Wad-al-abyad de los colonizadores árabes es, sin duda, el ingrediente natural de mayor trascendencia de cuantos componen el sustento económico, ecológico y social de este territorio peninsular que es la cuenca del Segura.
 Los diferentes asentamientos humanos que, a lo largo de la historia, se  establecieron en estas tierras de vocación ribereña, se vieron muy pronto ligados al influjo de este singular y paradójico río cambiante. Pero, desgraciadamente, el Segura que inundó los ojos de aquellos primeros pobladores nunca volvería a ser el mismo.
Las primeras formas de aprovechamiento como el consumo humano, la agricultura o la navegación, adaptaron sus ritmos a los del propio río. Las estaciones marcaban los ciclos de crecidas y sequías y modelaban la vida de las gentes que habitaban sus riberas y su cuenca, ajustándolas  a las reglas que el Segura imponía. La primera riada registrada en los anuarios históricos, data del año 826. Pero, a pesar de los claros inconvenientes que suponía la irregular disponibilidad de agua y las inundaciones periódicas de la vega, los primeros colonizadores supieron hacer un buen uso de este recurso natural.
Fue uno de estos primeros pueblos: el árabe, el pionero en el desarrollo de buena parte del complejo entramado de acequias, arrobas, escorredores y azarbetas, que hoy forman el sistema de regadío de la Cuenca del Segura. Siempre  iniciado en un azud del que nacen acequias en una y otra vertiente del cauce, el agua pasa, cada vez, a un canal menor y más ramificado hasta inundar, finalmente, los campos de cultivo, tras lo cual, vuelve a través de los azarbes de nuevo al río. Pero otros muchos elementos e infraestructuras han contribuido a su progresiva transformación. Las norias, inventadas por los romanos e introducidas por los árabes, junto a los menos conocidos, y en la actualidad inexistentes, molinos y puentes colgantes son los elementos de esa transformación con un mayor valor etnológico y cultural.
Las excelentes condiciones climáticas y la fertilidad de su vega,  dotaban a esta cuenca de unas características muy favorables para el desarrollo agrícola. Estas ventajas y las interesantes expectativas económicas que su implantación generaba, hizo que no se tuvieran en cuenta aquellas reglas de juego que el Segura exigía. El resultado fue un intensivo poblamiento y una indiscriminada explotación de sus riberas, de su vega y con el paso del tiempo de toda su cuenca. Y así, la dependencia del agua  creció al mismo ritmo que lo hacía su explotación, el poblamiento de sus márgenes y la transformación del suelo.

Meandro de las Norias
Llegó un momento en que los habitantes del Segura no estaban dispuestos a depender de las al parecer “caprichosas” etapas de escasez y abundancia a las que los fluctuantes  caudales  obligaban; olvidaban que el pacto no escrito, pero inapelable, que el río dictaba, prescribía respetar sus crecidas y carencias para que el sutil equilibrio que mantiene la vida y la fertilidad no se rompiera.
Como resultado de esa creciente situación de inestabilidad, recordemos que a medida que aumentaba la explotación del  agua crecía la dependencia y también la sensación de inseguridad, empiezan las grandes obras hidráulicas, que ya nunca se detendrán.
 En el año 1788 comienza la construcción del embalse de Puentes, al que le sigue el de Valdeinfierno en 1791, ambos en la provincia de Murcia y en la parte alta del río Guadalentín, uno de sus afluentes del que más tarde hablaremos. A partir de este momento tiene lugar una irrefrenable carrera para someter y regular las aguas del Segura No obstante, no es hasta principios de este siglo cuando comienza una política hidráulica estatal para el control de los recursos con el Plan de Obras Hidráulicas de 1902  y  la Ley de Gasset de 1911. La consigna fue: “Que ni una gota de agua llegue al mar sin antes cumplir su función económica“. Desde este momento la desnaturalización del Segura será manifiesta. En 1916 se construye el embalse de Alfonso XIII, en las aguas del río Quipar y, dos años después, el Talave sobre el río Mundo. Entre 1925, año en que se inaugura el azud de Almadenes, y 1957,  fecha en que terminan las obras del embalse de Anchuricas, finalizan también las del embalse de la Fuensanta (1933) y el azud del río Taibilla (1942). Pero es 1960 con la construcción del Cenajo, el embalse más grande de la cuenca, cuando el proceso resulta realmente irreversible, poniéndose en funcionamiento hasta un total de 19 embalses y azudes que, en la actualidad, controlan el total de los recursos hídricos. A esto hay que añadir las más recientes obras de encauzamiento y canalización llevadas a cabo durante la pasada década, desde la ciudad de Murcia hasta su desembocadura en Guardamar o el Trasvase de agua desde el Tajo en los años 70.
 Así pues, y como resultado de esta transformación sin precedentes, nos encontramos ante la cuenca hidrográfica más regulada del mundo  Muy lejos quedan ya las aguas libres, cantarinas y limpias, que durante millones de años surcaron el cauce de este malogrado Segura. Hoy sólo es posible contemplar, como un pálido reflejo de lo que fue, su cuenca alta. En ese primer tramo, la contaminación no ha alcanzado los límites de aguas abajo y el caudal, aunque severamente regulado, todavía permite el desarrollo de una vegetación ribereña autóctona, donde la vida esquiva a duras penas el permanente golpeteo asestado por el hombre.
 Paradójicamente, y aunque mutilado, no hemos podido someter al cemento la bravura de este río y, en ocasiones, el Segura todavía ruge violento exigiendo lo que nunca debimos quitarle: el primer derecho de un río, su propia vega.

Molino de la ciudad

La cuenca.

El Segura nace en la sierra que lleva su nombre, en el extremo suroriental de la provincia de Jaén y desemboca en la Gola del Segura, Guardamar, en la provincia de Alicante. Aunque la mayor parte de su cuenca la integra la región de Murcia, son seis las provincias que la forman: Granada, Jaén, Almería, Alicante, Albacete y Murcia.
Con el término genérico de Cuenca Hidrográfica se alude, no sólo a la propia del río, sino también al conjunto de afluentes, ramblas y acuíferos que, repartidos a lo largo de su eje central, distribuyen sus caudales en ambas márgenes y tienen una conexión directa o indirecta con él.
 De las numerosas  segmentaciones que se pueden asignar a la cuenca de Segura, atendiendo, en cada caso, a factores geográficos, políticos o hidrológicos, hemos creído conveniente establecer una división que en la medida de lo posible contuviera aspectos de los tres tipos de elementos mencionados. Así, se ha dividido el Segura, para su descripción física, en función de sus vegas alta, media y baja por considerar que estas son elementos geográfico e hidrológicos con una clara influencia política.
 Descendiendo por el río desde su nacimiento, encontramos los dos primeros afluentes todavía en la provincia de Jaén. El Zumeta y el Madera, dos pequeños río que vierten sus aguas en las márgenes derecha e izquierda respectivamente. Sus caudales,  como los del resto de afluentes y ramblas, representan un considerable aporte en el cómputo total de captaciones superficiales, del mismo modo que lo son, los tres ríos-afluentes de origen manchego: Tus, Taibilla y Mundo, cuyos aportes representan un porcentaje importante del agua que circula por el Segura en ese tramo de su recorrido.
 Aunque no forma parte de la estructura física natural del Segura, el Trasvase del Tajo también se incorpora en la provincia de Albacete, vertiendo sus aguas transportadas durante cerca de trescientos kilómetros, directamente en el embalse del Talave, en la cuenca media del río Mundo.
Por el estrecho del Congosto entra el Segura en la provincia de Murcia  y, a partir del embalse del Cenajo, que controla el agua para riego de toda la región, comienza la Vega Alta. Una vez recorridas las zonas arroceras de Las Minas y Salmerón, describe dos importantes meandros antes de llegar al estrecho de Cañaberosa, a la salida del cual se le une el río Moratalla o Benamor. Cruza después la vega de Calasparra hasta la desembocadura del río Argos, para recorrer uno de los tramos más espectaculares y mejor conservados de todo su cauce: el cañón de Los Almadenes, un estrecho corredor de paredes verticales, donde aún se puede contemplar la verdadera dimensión ecológica y paisajística de éste río mediterráneo. Hasta allí lleva sus aguas el río Quípar, y juntos atraviesan las vegas de Cieza, Abarán y Blanca, en cuyos términos municipales y en la margen derecha, transcurren y desembocan las ramblas de Agua Amarga, el Judío y el Moro. Se trata de cursos de agua no permanentes con un alto contenido en sales, lo que las hace inservibles para un uso agrícola, pero capaces de expresar un enorme valor paisajístico y geomorfológico, al mismo tiempo que zoológico y botánico.
Aguas a bajo, el azud de Ojós, construido en 1975 para derivar las aguas del trasvase Tajo-Segura, representa un primer punto de inflexión en el devenir del Segura. A partir de Ojós, aproximadamente un tercio del caudal continúa por el cauce, el resto es derivado  por la derecha hasta el Canal de Crevillente y desde éste al embalse de La Pedrera, en Alicante, y hacia la izquierda el agua es transportada para regar los campos de Lorca y Almería.
 Abriéndose paso a través del estrecho de la Novia cruza las vegas de un buen número de pueblos ribereños como: Ulea, Archena, Ceutí…, hasta entrar en las Torres de Cotillas, punto de encuentro con el río Mula. Sigue el Segura su recorrido hasta Jabalí Nuevo, donde la presa de la Contraparada distribuye el agua por toda la Vega Media. Atraviesa luego la ciudad de Murcia y recibe, por su margen izquierdo, el canal artificial del Reguerón; construido en la llanura de inundación que formaba el río Guadalentín o Sangonera, conduce las aguas de éste hasta el Segura, controlando así sus periódicas y torrenciales avenidas.
La entrada en la provincia de Alicante marca el inicio de la Vega Baja. A partir de aquí, el Segura como tal desaparece para dar paso a una verdadera cloaca encauzada donde al agua, que no llega, se convierte en un espeso lodo maloliente. Los caudales esporádicos  que circulan por este último tramo,  provienen del trasvase del Tajo y sólo son empleados para  usos agrícolas.
Después de atravesar las ciudades de Orihuela y Rojales, entre otras, el Segura, muerto desde el azud de Ojós, desemboca en las playas de Guardamar.

Carrizo

La Ecología.
No pretendemos en apenas unos cuantos párrafos  entrar a considerar la compleja estructura ecológica que cualquier estudio hidrológico de cuenca suscita. Bastará tan sólo con dar una pequeña pincelada a los elementos más relevantes del funcionamiento natural del Segura, como un método de aproximación más al conocimiento de su dinámica y, sobre todo, a su problemática.
Una de las principales características definitorias de la realidad ecológica del Segura es su ciclo hidrológico. Nos encontramos en una de las zonas de menor precipitación media anual de la Península, donde además existe un gradiente de aridez creciente a medida que nos desplazamos de noroeste a sudeste, igual que lo hace nuestro río. Se ha comprobado la existencia de una relación directa entre el régimen de precipitaciones y los caudales fluviales, de tal forma, que el volumen de agua circulante  decrece a medida que avanzamos. En el Segura, no obstante, los caudales absolutos aumentan hasta su paso por Cieza gracias a los aportes de sus afluentes y a unos mayores valores pluviométricos. En adelante y hasta la desembocadura los aportes disminuyen progresivamente, debido al notable aumento de la aridez y a la intensiva explotación del recurso        .
Por otra parte el reparto de lluvia a  lo largo del año es bastante desigual, lo que también afecta a su dinámica hidrológica. En general podríamos hablar de dos periodos claramente diferenciados, uno de déficit hídrico, en invierno y verano, y otro de superávit en otoño, incluso  algunos años también en primavera. Pero además, y para rematar esta cambiante situación, los ciclos anuales no se repiten de manera sostenida. En ocasiones, el modelo general descrito no se ajusta, en modo alguno, a la realidad climática regional; a largos años de sequía en los que los valores pluviométricos, de modo natural bajos (menores a los 300 mm/año de media), se ven notablemente reducidos, les suceden años de grandes inundaciones, como las más recientes de 1916, 1946, 1973 o 1987.
Vemos pues, de una forma clara, cómo esta fluctuante dinámica hidrológica es la responsable del  desmesurado desarrollo en infraestructuras hidráulicas que soporta el Segura, y que no tiene otro propósito que el  asegurar, en lo posible, el control de las avenidas en unos casos y el abastecimiento mínimo necesario en otros.
Sin embargo, siempre que se incide sobre el funcionamiento de cualquier sistema  natural, y mucho más si se hace bajo criterios puramente antropocéntricos, los remedios suelen ser peores que las propias enfermedades, como es el caso que nos ocupa.
Esa política de actuaciones que, a lo largo de más de doscientos años, ha pretendido el control y aprovechamiento exhaustivo del recurso agua, sin duda, olvidaba aquel importante pacto que los primeros habitantes de la cuenca firmaron con el Segura: La explotación de la vega, nunca pondría en peligro su propia fertilidad.
 Las inundaciones; las grandes avenidas de agua cargadas de sedimentos, son el origen de las vega y la causa directa de su fertilidad. Alterando este proceso se impide que los periódicos aportes de nutrientes y el lavado de sales que las denostadas riadas traen consigo se produzcan. El resultado es un progresivo empobrecimiento del suelo que, en el caso del Segura, ha llegado a límites insospechados. Se trata, no obstante, de una más entre las innumerables alteraciones ambientales que viene padeciendo este río y de las que más tarde hablaremos.
Una de las funciones ecológicas más relevantes y mejor conocidas de un río es su cometido como corredor o pasillo natural de especies, tanto vegetales como animales. Desde este punto de vista, el Segura constituye un vínculo importantísimo en el flujo de biodiversidad a largo de sus más de trescientos kilómetros de recorrido, desgraciadamente inexistente en la Vega Baja e incluso, en buena parte de su Vega Media.
Así pues, si fuéramos capaces de pasar por alto esta estremecedora situación, observaríamos cómo el Segura, al menos en su parte alta, todavía ejerce ese papel ecológico como comunicador de especies y ecosistemas, es más, y esto debería resultar evidente, él mismo aún constituye, en algunos tramos, un verdadero ecosistema fluvial.
Atendiendo a su configuración vegetal, podríamos dividir la cuenca en tres partes bien diferenciadas: desde su nacimiento hasta el embalse del Talave, un segundo trama hasta el Cañón de Almadenes (Cieza)), y por último de ahí hasta la desembocadura. En general y a medida que nos alejamos de la cuenca alta, el interés botánico decrece. Sólo los dos primeros tramos descritos presenta realmente un valor ecológico alto.
Aun sin tener en cuenta las importantes comunidades de plantas acuáticas y helofíticas (plantas aéreas que tienen sus raíces sumergidas en el agua), como carrizos eneas y juncos, sus riberas todavía conservan  una considerable vegetación formada por comunidades terrestres dependientes del río. El bosque de ribera, al que nos referimos, es la única comunidad de frondosas presente en la región murciana, lo que le otorga un incalculable valor añadido a parte del puramente estético y  ecológico.
En su fase clímax, este bosque está compuesto por especies tales como el chopo blanco (Populus alba), chopos negros (P. nigra.), olmos (Ulmus minor), fresnos (Fraxinus angustifilia), tarajes (Tamarix canariensis) y las abundantes especies de mimbreras del genero Salix. Extraordinariamente adaptadas a las condiciones de humedad, las saucedas desempeñan un importante papel mecánico en la retención de agua, siendo capaces de rebrotar de raíz tras un periodo de avenida.
Bajo el dosel que forma el bosque aparecen especies adaptadas a condiciones de sombra entre las que se encuentran los Asparagus, y en sus límites hallamos trepadoras como zarzas y lianas. Zarzamoras (Rubus sp.), madreselvas (Lonicera sp.), emborrachacabras (Coryaria myrtifolia), e incluso espinos blancos (Crataegus monogina), juegan un importante papel en la estructura botánica de las partes altas del río.
 Otra formación arbórea de gran interés, en la actualidad muy fragmentada, es la avellaneda. Presentes en las partes altas del Tus o el Madera y también  en los Chorros del Mundo, en la ribera del Segura sólo se encuentra en las inmediaciones de su nacimiento (Poyotello).
Dentro de la comunidad faunística, sólo haremos mención a una especie de mamífero, sin duda la más singular y relevante. La nutria ( Lutra lutra), con una población muy segmentada, se halla todavía presente en las zonas de cabezera. La reducción de la vegetación de ribera, junto a los crecientes niveles de contaminación y algunas artes de pesca están reduciendo de forma alarmante  sus poblaciones. Una de estas prácticas especialmente dañina es el Cuar, consistente en  mantener en el río durante varios días  un sedal con un anzuelo cebado atado a un árbol, las nutrias que atrapan el pez capturado mueren brutalmente ahogadas. Nos hallamos ante una especie protegida que encuentra entre Cañaverosa en Calasparra y el Cañón de Almadenes en Cieza  uno de sus últimos cuarteles mediterráneos, por lo que se hace ineludible su conservación.